“Los agricultores de la sierra hacemos como los osos, tenemos que aprovechar los meses de calor para buscar provisiones y alimento porque cuando llega el otoño e invierno son seis meses en los que tenemos que dosificar lo obtenido con el buen tiempo”, me decía ‘Zocato’, el apodo de un joven agricultor de Bérchules con el que tomaba café este jueves. De nombre José Antonio, como el mío.
‘Zocato’ está en la mejor edad para trabajar, los treinta y tantos. Está de regreso. En otros tiempos se marchó a bajas latitudes para ganarse la vida, y ahora casado y con niños pequeños quiere hacer de su pueblo natal su lugar de residencia. Definitiva.
Y me empieza a contar el silencio que se vive en su pueblo en cuanto cambia la hora – esta pasada madrugada tuvimos que mover una hora las manitas del reloj – y el frío empieza a roer la bella pero también gélida Alpujarra granadina. Es entonces cuando pocos vecinos salen de casa.
Es el contexto en el que tal vez vivió el conocido escritor Gerald Brenan, que tenía su casa a unos pocos kilómetros, en la cercana localidad de Yegen. En estos lares viven de la agricultura, de los secaderos y también del turismo, sobre todo, Trevélez, ese pueblo que presume de ser el que respira a mayor altitud de toda España.
Enseguida te das cuenta que en Trevélez hay más curiosos turistas que en el resto de localidades de la comarca. Las tiendas de souvenirs a pie de carretera son la mejor señal. En ese momento hay que bajar la velocidad porque en los pueblos de la sierra nadie cruza bien la carretera. La cámara de fotos y los despistados turistas son carne de cañón. Así que Trevélez se atraviesa a 20 por hora.
A ‘Zocato’ le pregunto qué hace a partir de ahora. “No me imagino que te metas en tu casa a las seis de la tarde para no salir hasta la mañana siguiente”, le comento. Y a continuación arranca a explicarme que son tareas de mantenimiento de la finca lo que puede hacer. Porque está claro que cultivar no se puede cultivar nada con estos fríos. Arregla la finca para cuando llegue el mes de mayo poder sembrar sus tomates.
Le doy una tarjeta y le pregunto si usa el Facebook. Me responde sacando el móvil. Buscamos en unos segundos la nueva cuenta de joseantonioarcos.es y le da al ‘me gusta’. “Así estamos en contacto”, le añado. Y nos despedimos.
Salgo de la cafetería. Ana está en la calle haciendo muchas fotos. Estamos en Bérchules. Son casi las cinco. Nos quedamos en silencio buscando su sonido. Y llega al cabo de solo unos segundos de esperar su venida.
El silencio en la Alpujarra es delicioso. Llega muy adentro.
Ana Rubio