Ana y yo visitábamos ayer a un agricultor de La Cañada. Justo antes de entrar en su finca Manuel quiso saludar a sus vecinos. Así que entramos en el invernadero de al lado a ver el cultivo, un tomate verde liso fuera de su ciclo. Y es que el invernadero de las imágenes se acaba de reconstruir y sus dueños han querido ponerlo en producción en esta misma campaña, aunque no sea en la época y ciclo más habitual del tomate.
Pero el interés de esta crónica no es el tomate, sino la simbiosis que se vive debajo de un plástico. No vimos nada diferente a lo que observamos cuando vamos a una explotación agrícola, una amalgama de nacionalidades, españoles y extranjeros trabajando la tierra, familiares y asalariados. Sin embargo, esto mismo – que debe ser motivo de orgullo y ejemplo – pasa desapercibido en la vorágine informativa del día a día. Luego vienen los llamados “paracaidistas”, llámese pseudo-periodistas foráneos, da igual que lo hagan desde Alemania, Bélgica, Suiza o Reino Unido para buscar morbo y alimentar los prejuicios de sus audiencias. Así que nosotros somos la contraparte a esos “paracaidistas”. No nos tiramos en avión porque ya vivimos en la tierra y no allanamos los invernaderos con falsos objetivos porque simplemente entramos en ellos. No conocemos el candado.
Las imágenes hablan por sí mismas. Un joven de Senegal, que lleva diez años en España; una chica de Costa de Marfil, que no para de sonreír en todo momento; varias trabajadoras musulmanas, con sus pañuelos y perfectamente integradas; y dos españolas, una de ellas que es de Huércal de Almería nos dice con énfasis que “me encanta mi trabajo aquí en el invernadero, disfruto con él y me siento bien”.
Incluso el chico de Senegal es quien le pide a Ana que le haga una foto. Luego la verá en Internet y se la descargará. Un grupo de personas entrañables que transforman las matas de tomate en su propio maná.
A la vuelta Ana y yo lo vamos comentando en el coche. Nada distinto a lo que vemos todos los días, pero esa existencia queda de puertas adentro. Menos hoy, que le damos visibilidad a la realidad del campo almeriense, que lleva dos décadas y media siendo tierra prometida para miles de personas que se marchan de sus países de cuna buscando una mejor vida en vergeles bajo el plástico.
Ana Rubio
Una integracion muy interesante a en el ambito socio economica